Gambas y langostas son crustáceos de lo más populares. Sin embargo, las conchas y cáscaras sobrantes procedentes de la industria del marisco se están convirtiendo en un problema creciente por sus implicaciones en salud e impacto ambiental. Por ejemplo, los trozos de carne que se quedan en las conchas son el medio ideal para el crecimiento de bacterias patógenas. Esto implica la necesidad de quemar las conchas, una actividad costosa desde el punto de vista ambiental dado su baja capacidad de combustión.
Sólo en Europa, la organización FAOSTAT estima que se producen anualmente más de 750,000 toneladas de restos de crustáceos. En muchos países asiáticos, estos restos se convierten en quitosano, un compuesto valioso comercialmente, con muchas aplicaciones que van desde el uso como biopesticida a soluciones biomédicas en ingeniería de tejidos, transmisión de genes por vías no víricas, e inmovilización enzimática. El problema es que las conchas de los crustáceos europeos contienen más carbonato cálcico, haciendo inviable el enfoque de los asiáticos.
Ahora, un proyecto europeo de investigación llamado ChiBio pretende convertir los restos de los crustáceos en los ladrillos básicos (o monómeros) que servirían de precursores de plásticos. Actualmente la industria de los plásticos se basa en derivados del petróleo. El objetivo del proyecto es “desarrollar una biorefinería para procesar restos biológicos ricos en quitina y obtener monómeros de origen biológico para la industria de los polímeros” dice Lars Wiemann, que lidera el proyecto desde el Instituto Fraunhofer (Alemania). Señala que el protocolo usado en el proyecto podría aplicarse también a otros nuevos materiales biogénicos, como los caparazones de insectos u hongos.
Hasta ahora, el tratamiento de los restos de crustáceos se basaba en la extracción del quitosano. En cambio, este proyecto es el primero que llevará el proceso un paso más allá. Su biorefinería busca romper la quitina de las cubiertas crustáceas en sus componentes más básicos, como el azúcar monomérico glucosamina. Estos componentes se pueden procesar todavía más, por ejemplo, convirtiéndolos en los “bloques” usados en la síntesis de polímeros como el poliéster o nylon.
Hay algunos que advierten que este enfoque traerá retos añadidos. Por ejemplo, la demanda de quitina, en el futuro, puede llevar a cultivar crustáceos sólo para obtener sus productos derivados, dice Montarop Yamabhai, profesor asociado y presidente de la Escuela de Biotecnología Suranaree Thailand.
Otros señalan que el éxito de la idea cojea por su falta de viabilidad económica. El equipo del proyecto es consciente de estos problemas. “La industria de los polímeros es muy competitiva y demanda monómeros, que sean de origen fósil o renovable, pero baratos” dice Wiemann. “Si nuestro proceso es demasiado caro no será competitivo y por tanto irrelevante para usos industriales”.