Navegamos acompañados por un séquito de varios cientos de aves marinas. La mayor parte son gaviotas y pardelas, pero hay también alcatraces y se distingue algún paíño. Nos siguen a una cierta distancia, disimulando, como si la cosa no fuera con ellas. Hasta el momento en que viramos la red llena de anchoas y sardinas. Entonces se ponen como locas. Alzan el vuelo y rodean la red en un estrépito de graznidos, peleando enardecidas para lanzarse a por cada pececillo que se descuelga de la malla. Nosotros corremos a por las máquinas de fotos, pero los marineros refunfuñan: “luego nos llenarán el barco de cagadas”.
La jornada se prolonga desde las siete de la mañana hasta prácticamente medianoche, pero aun así a duras penas terminamos las noventa millas de radial que habíamos planeado. Después, enfilamos una ruta nocturna hacia el Norte.