Amanecemos cubiertos de niebla y rodeados de una mar perfectamente quieta, como si estuviéramos flotando en un plato de sopa humeante. La mañana transcurre tranquila, pero poco a poco van entrando líneas de mar de fondo y ráfagas de viento, anticipando la borrasca que se nos viene encima. Solicitamos una nueva entrada en Saint Nazaire para mañana por la mañana.
A mediodía, al virar la primera pesca del día, el motor auxiliar deja de funcionar. Nos quedamos como una hora con la red colgando verticalmente de la popa del barco como un calcetín estirado mientras el jefe de máquinas trata de resolver el problema. Al final todo queda en un susto. El auxiliar vuelve a su ser, subimos a bordo el copo y freímos una tapita de anchoas para celebrarlo.
Al terminar el radial, dos pescas y unas cincuenta millas después, ponemos rumbo a Saint Nazaire.