Los meteorólogos que se desesperan cuando sus pronósticos son recibidos con sorna deben saber algo: en realidad, se trata de una gloriosa tradición que se remonta a los mismos orígenes de su disciplina. Fue hace 150 años cuando The Times comenzó a publicar el primer pronóstico del tiempo basado en un servicio meteorológico nacional.
Los meteorólogos que se desesperan cuando sus pronósticos son recibidos con sorna deben saber algo: en realidad, se trata de una gloriosa tradición que se remonta a los mismos orígenes de su disciplina. Fue hace 150 años cuando The Times comenzó a publicar el primer pronóstico del tiempo basado en un servicio meteorológico nacional.
El artífice de ese paso fue el vicealmirante Robert FitzRoy. Muy pronto descubrió que ser un pionero en este campo acarreaba un evidente desgaste. El propio periódico que publicaba los informes no era muy comprensivo en algunas ocasiones. “En la última semana, la naturaleza se ha tomado el placer de confundir las conjeturas de la ciencia“, se leía en un editorial. Las cartas de los lectores incluían párrafos más hirientes.
Su prioridad: la navegación marina
FitzRoy estaba convencido de que era posible adelantarse a los fenómenos naturales. Su prioridad no era avisar a los británicos sobre el mejor momento para pasar el día en el campo, sino la navegación marina. La gran tormenta de 1859 convenció a las autoridades de que había que hacer algo al respecto. Comenzó el 25 de octubre y recorrió casi toda la costa británica por el oeste. Duró dos semanas y provocó 325 naufragios. Murieron 784 personas, incluyendo 450 que perecieron en el hundimiento del clíper Royal Charter, un barco de pasajeros procedente de Melbourne.
FitzRoy creía que un aviso previo habría salvado muchas vidas porque habría conminado a los barcos a que se refugiaran en los puertos cercanos. La investigación oficial llegó a la misma conclusión y se ordenó al Departamento de Comercio que emitieran avisos de tormentas.
Desde unos años atrás había encargado a FitzRoy que montara un equipo dedicado a recopilar datos meteorológicos. Así, estableció 18 estaciones, las dotó de barómetros y otros instrumentos, y ordenó que se hicieran mediciones a las 8 de la mañana de cada día. Los datos se enviaban a Londres a través del telégrafo -otra invención de esos años- y tras ser analizados, la información se remitía a The Times.
El apoyo de la opinión pública fue instantáneo, aunque los pescadores no estaban muy contentos con el sistema de señales en los puertos que les impedía salir a faenar en caso de tormenta.
Pero con los pronósticos llegaron también los inevitables errores y las burlas. Paradójicamente, los científicos de la Royal Academy no estaban muy convencidos de que se pudieran facilitar pronósticos a partir de la observación de datos meteorológicos. No lo consideraban lo bastante científico.
FitzRoy, fiel a sus principio y convenciones luchó hasta el final de su vida por lo que él creía. Hombre de honor y principios, sólo fue vencido por la enorme figura de Darwin quién ensombreció el reconocimiento que hoy quizás mereciera. De no haber existido Darwin, hoy posiblemente la figura de FitzRoy gozaría de reconocimiento mundial pero, arruinado, desgraciadamente su vida acabó en suicidio, el cual fue eclipsado por la noticia del asesinato de Abraham Lincoln.
Hoy, 150 años después, el pronóstico del tiempo no ha dejado de ser una actividad de alto riesgo y que tal vez no cuente con el reconocimiento que debería tener.
Fuente: Público
Lee nuetros pronósticos en: Blog Itsasbegi