Cada año, un grupo de ONGs conservacionistas, incluidas Greenpeace, Sea Shepherd y World Wildlife Fund se gastan unos 20 millones de euros en actividades dirigidas a terminar con la caza comercial de ballenas. Y cada año, la caza de ballenas no sólo continúa sino que crece. En el actual sistema, ampliamente desregulado, el número de ballenas capturadas anualmente se ha doblado desde principios de los 90, hasta los aproximadamente 2000 por año. Además, muchas poblaciones de grandes ballenas se han visto enormemente reducidas y continúan siendo amenazadas por la caza comercial.
Aunque las protestas, actividades de educación, presiones y confrontaciones peligrosas en alta mar han salvado algunas ballenas, la industria ballenera no da signos de disminuir su actividad. Ahora, un economista y dos científicos marinos sugieren en un artículo de la revista Nature una nueva estrategia que creen que podría salvar ballenas al ponerles precio.
En el artículo, “Un enfoque de mercado para salvar a las ballenas”, Christopher Costello y Steve Gaines, profesores de economía y de ciencia marina respectivamente, en la Universidad de California, se han unido a Leah Gerber, un ecólogo de poblaciones y biólogo de la conservación marina de la Universidad de Arizona, para proponer una solución basada en el mercado. “Proponemos una alternativa que podría desbloquear la situación: cuotas que se pueden comprar y vender, creando un mercado viable desde el punto de vista económico, ecológico y social para los balleneros y ballenas” señalan los autores.
El origen de esta idea está en los mercados de productos contaminantes del aire como el dióxido de sulfuro y óxido de nitrógeno, que han reducido estas sustancias mucho más y a menor coste en los Estados Unidos que con las políticas regulatorias tradicionales; así mismo, los programas de gestión y conservación de humedales, han resultado en 80.000 hectáreas que se han protegido; y las cuotas individuales transferibles, que han demostrado ser un éxito en algunas pesquerías de Nueva Zelanda, Canadá e Islandia.
Los autores explican que el concepto de subastar cuotas anuales de ballenas se sugirió en 1982 pero nunca fue implementado, quizá, apuntan, porque los balleneros habrían tenido que comprar algo que siempre habían tenido gratis. Añaden que un “mercado de conservación de ballenas” sería distinto porque se asignarían “participaciones” de ballenas en cantidades sostenibles a todos los miembros de la Comisión Internacional Ballenera. Los receptores podrían entonces ejecutarlos (capturando su cuota), conservarla durante un año o retirarla permanentemente. Las participaciones serían puestas a la venta en un mercado global cuidadosamente controlado.
En las dos situaciones más extremas, los balleneros podrían bien terminar comprando todas las participaciones y capturando ballenas al nivel sostenible previamente fijado o bien los conservacionistas podrían comprar todas las participaciones de formas que ninguna ballena fuera capturada.
Como los conservacionistas podrían pujar por las cuotas, “los balleneros podrían sacar beneficio sin pescar” observan los profesores. Y aunque admiten que “hay numerosos retos para hacer que este sistema funcione, incluyendo el ponerse de acuerdo en una cantidad de cuotas sostenible y cómo deberían repartirse” no ven estos obstáculos como insalvables.
Pero, ¿se conformarían los balleneros con las cuotas? De hecho, dicen los autores, los países que capturan ballenas habían propuesto anteriormente cuotas que legitimizarían sus capturas. Muchos grupos anti-balleneros, por otro lado, están en contra de esta medida precisamente por lo mismo, porque creen que esas cuotas legitimizan la caza comercial de ballenas. Según los autores “el anti-ballenero ferviente enseguida dice que no podemos y no deberíamos poner precio a la vida de una ballena; una especie debería ser protegida independientemente de su valor económico. Pero a menos que todos los países se convenzan o puedan ser forzados a adoptar esta actitud, la caza de ballenas va a continuar. Precisamente por la falta de precio, las campañas anti-balleneros han tenido un éxito muy limitado. Poniendo un precio apropiado a la vida de una ballena, el mercado de la conservación provee un medio inmediato y tangible para salvarla”.