Si bien las olas del mar “normales” se generan por las mareas, el viento, las condiciones meteorológicas y las corrientes, el tsunami se desencadena por algo que provoca un desplazamiento de un gran volumen de agua, como pueden ser las avalanchas de tierra, las erupciones volcánicas y los terremotos. Son precisamente los terremotos que se producen en las zonas de subducción (donde se encuentran dos placas tectónicas presionando una contra otra e introduciéndose una bajo la otra), donde más típicamente se puede generar un tsunami. La península ibérica no es ajena a que suceda un movimiento así.
Si bien las olas del mar “normales” se generan por las mareas, el viento, las condiciones meteorológicas y las corrientes, el tsunami se desencadena por algo que provoca un desplazamiento de un gran volumen de agua, como pueden ser las avalanchas de tierra, las erupciones volcánicas y los terremotos. Son precisamente los terremotos que se producen en las zonas de subducción (donde se encuentran dos placas tectónicas presionando una contra otra e introduciéndose una bajo la otra), donde más típicamente se puede generar un tsunami.
La península ibérica no es ajena a que suceda un movimiento así. De hecho, España ha registrado varios terremotos de gran magnitud e intensidad a lo largo de su historia, aunque de acuerdo a los datos del Instituto Geográfico Nacional, el mayor del que se tiene constancia se produjo el 1 de noviembre de 1755 en el cabo de San Vicente, el cual tuvo una intensidad de 10 puntos y una magnitud de 8,5 grados en la Escala Richter y produjo un tsunami de casi 15 metros de altura que afectó a Europa Occidental y al norte de África.
Así, este sería el seísmo que más se acerca al acaecido en el noreste de Japón, cuya magnitud preliminar alcanza los 9 grados en la Escala Richter. De los datos analizados se deduce que el sur y el levante español son las zonas más afectadas por los movimientos sísmicos de la Tierra, al encontrarse próximos a la confluencia de la placa euro-asiática con la placa tectónica africana.
En este link puedes acceder a la investigación realizada por sobre el proyecto Transfer, que analiza el riesgo de tsunamis y las estrategias a seguir para la región europea en el que participa, entre otros, la Universidad de Anglet en Iparralde.
¿Cómo evoluciona un tsunami?
Las ondas sísmicas viajan cien veces más rápido que el tsunami (del japonés puerto (tsu) y ola (nami)), por lo que, aunque los científicos no pueden predecir cuándo y dónde se producirá un terremoto (ni de qué magnitud), una vez que se ha detectado uno, puede haber un margen de tiempo para, a partir de los datos del seísmo, predecir a dónde puede llegar el tsunami, la hora de llegada y la altura de las olas. Los centros de tsunamis, en el Pacífico sobre todo, hacen ese trabajo.
Una vez que se desencadena el tsunami, las olas se desplazan a una velocidad de unos 800 a 1.000 kilómetros por hora, como un avión comercial, aunque es más lento en aguas someras. Sus olas pueden alcanzar los 10 metros de altura al llegar a la costa y son olas que, a diferencia de las normales de mar, superficiales, implican movimiento de toda la columna de agua, hasta el fondo. Y no tiene por qué ser una, sino que pueden ser varias, más espaciadas en el tiempo que las normales: suelen pasar varios minutos entre una cresta de ola y otra, pero a veces puede transcurrir hasta una hora, por lo que la situación de peligro para la población costera se mantiene durante bastante tiempo.
Al acercarse el tsunami a la costa, el agua puede retroceder, retirarse, y a continuación llega el embate de la ola. La gente que regresa a sus casas una vez que ha pasado la primera ola corre un altísimo riesgo de encontrarse con las siguientes, advierten los especialistas. Y no siempre la primera que llega es la mayor, sino que a veces es la quinta o la sexta.
En este video se explica cómo se propagó el tsunami de Honshu el pasado 11 de marzo.
Fuentes: Instituto Geográfico Nacional, NOAA Center for tsunami Research, Europa Press, El País